Retomé el dibujo pasada la treintena de una forma completamente diferente a la razón por la que empecé en la adolescencia. En 2013 estaba de vacaciones en Cádiz con mi querido Rafa y empecé a querer dibujar de nuevo, sin ninguna pretensión mas que la de contar sitios, sensaciones, buscar belleza e interpretarla, usé la libreta que llevo siempre para apuntar ideas. Las vacaciones siguientes, puse un poco más de intención y dedicaba sesiones de tarde a dibujar y fumar como placer absoluto, incluyendo la tinta en la ecuación, y cuando llego el otoño de 2014 se convirtió en parte de mí y de mi lenguaje. Empecé dibujando sitios de Madrid que me gustan y que veréis por fascículos en este blog.

Después, un amigo en el que siempre pienso cuando no se donde buscar, comenzó a regalarme soportes de algodón Arches, pinturas, más tinta, plumas y vino (mucho), Jorge Porras mi Bacon particular, pintor, genio y uno de los hombres más interesantes, humanos y bonitos que están en mi vida (conozco muchos hombres de estas características y tres de ellos se llaman Jorge, me lo tendré que hacer mirar?) a lo que iba, el siguiente paso fue dedicar un tiempo y un espacio en el que enseñar el resultado de este pequeño placer. Ahora dibujar es algo que me hace meterme en un lugar de mi misma, que es parte de la mejor versión o la que más me gusta y que se ha traducido desde hace aproximadamente un año en Tinta Estudio. Hoy puedo decir que lo mejor además del camino recorrido, es todo el ritual previo a ese momento en el que dibujo, sacar las herramientas que me van regalando, las que adquiero cuando me levanto caprichosa, colocar la mesa, buscar la luz y el motivo, poner música, un té o un vino (fino) y escuchar como Bentura toca la guitarra de fondo. Así fue el día que empecé este dibujo de la primera casa de Alta Costura de Cristobal Balenciaga en París, en aquellas vacaciones, que fueron y serán de las mejores de nuestra vida.
